miércoles, 22 de enero de 2014

DE ZÍNGAROS VIOLENTOS E ITINERANTES.



 
Aquella mañana la troupe de violentos itinerantes se puso en marcha temprano, cuando apenas asomaba el sol en el horizonte arrasado. Las últimas ascuas de la hoguera morían envenenadas por la fina llovizna que lloriqueaba desde lo alto una nube celestial mientras el campamento hervía de actividad. Un pequeño grupito de radicales inmundos caminaba a cuatro patas dirigiéndose hacia una hondonada en la que manaba un pequeño arroyo que serviría para limpiar las zurraspas de sus anos y para rellenar las cantimploras y la gran olla grasienta que trasegaban siempre consigo para cocinar las distintas enjundias que iban escamoteando por ahí. Otros se dedicaban a untarse el rostro con tizones fríos a la vez que se proferían sonidos guturales entre ellos, expresando sin duda los sentimientos de regocijo que aquella sociable actividad les producía. La sección femenina del grupo, liberada del trabajo a causa del matriarcado dictatorial que practican estos zíngaros descarriados, prefería molestar a los anteriores toqueteando sus traseros y miembros viriles con el mayor de los descaros. Por último, ya cerca de la desierta carretera comarcal en cuyo borde estaba situado el campamento, un par de aquellos tunantes de botas de hierro, camisetas mugrientas llenas de símbolos masónicos e ikurriñas proetarras iban cargando el equipo en una camioneta desvencijada.
El vehículo estaba en unas condiciones deplorables; parecía que había sido obtenido de algún desguace y reparado de alguna manera por el mecánico de la banda (Sí, probablemente ese tipo de allí que, ceñudo y preocupado cual metafísico por la trascendencia del Da-Sein, se hurga la nariz a la par que arranca la carne de los huesos de las últimas presas de anoche y deposita tan suculento manjar en bolsas de plástico del Eroski) o si no por cualquier otro chiflado hippie. Efectivamente, la estructura y composición del curioso transporte no dejarían de intrigar al observador ibérico medio, poco acostumbrado a las ruedas de antiquísimo carro revestidas con neumático desgastado; ni tampoco pasaría indiferente ante la criselefantina carrocería de madera donde un cartel rezaba con elegantes letras góticas: “Buhoneros Asociados. Compañía de Acción Directa”, o ante el terrible hedor a tabaco de la cabina del conductor,  única parte original de fábrica que se conservaba, y donde se entreveían unas pequeñas cabezas reducidas colgando del retrovisor.
Cuando todos estuvieron listos montaron en el carricoche y envueltos en una nube alquitranada y sulfurosa, no en vano el combustible que utilizaban estas gentes era de producción casera, desaparecieron a toda velocidad carretera adelante, seguramente en busca de su próximo objetivo y dejando tras de sí inconmensurables cantidades de basura. ¡Cuántos inocentes no verían al día siguiente aquel bello sol rojo que ya se imponía sobre la noche! ¡Ah, no envidio a los miles de jóvenes asesinados y torturados, a los adultos baleados con crueldad o a las ancianas sodomizadas y quemadas vivas en contenedores de basura a las que permanecen unidas en postes de madera dispuestos solícitamente para tal efecto! Seguramente, mañana, cuando a estas mismas horas los gallos canten, una ciudad más arderá, tal y como hizo la mía. Nadie resiste jamás a su truculenta devastación. Nadie sobrevive a los ataques de estos cínicos. Bueno, yo sí lo hice, pero solo como consecuencia de un azar increíble que me eximió de los asombrosos dolores a los que el resto de mis conciudadanos estuvo sometido. Justamente me hallaba yo la tarde anterior junto a la puerta de mi casa, confortablemente sentado en una silla de plástico de la Coca-Cola, echando una gotica, cuando aparecieron. Me tomaron prisionero de inmediato, me ataron los pies para que no huyera y me llevaron consigo para que les fuera liando los canutos bajo pena de severo correctivo en caso de no hacerlo o hacerlo mal. Por ejemplo: te daban una hostia curiosa si ponías un filtro en vez de un cartoncillo, o si estaba demasiado cargado en un extremo y lo olían cuando lo catabas (pues a pesar de la restringida libertad en la que me encontraba, el derecho asentado en las firmes tradiciones se mantiene y, por tanto, quién lía se lo enciende). Como desempeñé bien mi actividad me quedé con ellos toda la noche y pude observar algunas de sus curiosas costumbres. Comentaré algunas que me atañían en ese drástico momento. Al parecer, estos itinerantes de vez en cuando toman prisioneros, pero según creí entender (hablan una jerga tremendamente compleja) eran solo provisionales y finalmente siempre los asesinaban. No sé, a todo esto, por qué a mí no me mataron, quizás se debiera a que llevaba puesta mi famosa casaca de aviador de la República Socialista Checa, una que tiene en el brazo una estrella roja y la inscripción: “VLU. Prešov” y les resultara simpático en consecuencia; aparte de toda la enjundia buena que les di para fumar.
La verdad es que hablar de todo este asunto me resulta muy doloroso ya que la experiencia fue terrible, a pesar de que yo era nuevo en la ciudad y que apenas me relacionaba con mis convecinos por lo que no me dio tiempo a desarrollar un nexo de tipo sentimental hacia nada ni nadie. No obstante, mi sólida filosofía y empatía universales me llevan a condenar tamaños atentados contra la dignidad humana, pues el simple recuerdo me sume en profunda indignación. Como consecuencia,  enterado de que sus andanzas los han llevado ya a distintas ciudades, entre ellas Burgos y Hamburgo que, por cierto, hoy ya se encuentran completamente arrasadas, me he decidido a describir una simple imagen de lo que ocurrió. Una instantánea, una simple escena como la que hemos visto antes, puede mostrar clara y distintamente lo degradados que son estos seres. Así pues, estas líneas tienen la pretensión de ser una denuncia tajante y necesaria, que aún nadie se ha atrevido a hacer frente a la posibilidad, bastante cierta por lo demás, de salvajes represalias. Espero que esto haga reaccionar por fin a las gentes honradas de este país y ponga término a la violencia despiadada de los vándalos descontrolados e itinerantes.
Mientras ellos estén libres, yo, y sin duda otros tantos españoles de bien, no podremos dormir tranquilos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario