sábado, 13 de diciembre de 2014

POSPAISAJE VERDIAZUL (iluminación)





“Bufón soy y mimo al hombre en esta escalera cerrada

con peces muertos en los peldaños

y una sirena ahogada en mi mano que enseño

mudo a los viandantes pidiendo

como el poeta limosna”

Leopoldo María Panero


“Con rigor enemigo
las cosas entre sí todas pelean,
mas el hombre consigo;
contra él todas se emplean,
y toda perdición suya desean.”

Fray Luis de León


 “Mucho después de los días y las estaciones y los seres y los países.”


 “Cuando el mundo quedará reducido a un solo bosque negro para nuestros cuatro ojos atónitos  -en una playa para dos niños sinceros, en una casa musical para nuestra clara simpatía-, os encontraré.”

Arthur Rimbaud

 

Desde la columna en la tarde verde vislumbro cómo se encienden a veces

las viejas arcadas, aquellas tapias y caminos impregnados de extraño perfume

que recuerdan a un vetusto colegio mayor convertido en caballeriza distópica,

bien surtida de tanques oruga, ciclos, brutos, rancheras y berlinas francesas.

Más extraño: las caballerizas que fueron, o cantina más tarde; pero os digo, creedme,

que nada de eso hay ahora, sino que aparecen un silo y un polvorín de pájaros de acero,

palomas, y una estatua renacentista, un busto quizás, del padrecito Maquiavelo en bronce.


Y un general ruge en el claustro desolado y cubierto de chapas que repiquetean sazonadas de ácido

mientras los obreros de Irszskal recogen piedras y dovelas; las manos palpitantes se apresuran

pulverizando oxido sobre una secuoya cron en la ciudadela invadida por espigas,

grajos y ecos atronadores de ordalías ya pasadas, o por algún agua sin nombre que corre.

Se retiran a lo lejos dos potencias enfrentadas y se despuebla el erial del Duero

nuevamente: las columnas de refugiados se adentran en la estepa sobre avispas-ruwx,

 camino de nada, pensándose en la grupa de Quirón; más allá del miura y el caballo,

cubiertos de hez y semen dentífrico de las alturas, en dirección a New Skyline.


Hay un loco enterrado en la escalera noble, que toca la cornamusa y canta y baila

arriba y abajo, jugando al correveidile y a ser caballero durante el baile nocturno

de miniaturas en el piso superior. Tras el hombre tricéfalo y la carcasa de seguridad,

entre orbes de imago mundi desastrados; esferas con dorados panales en primavera y

plateadas telarañas en el cruel invierno de sus mórbidas y obesas hilanderas, se puede ver

junto a muebles mohosos y esculturas clásicas a dos cuervos y a un pequeño cyborg.


Hay un loco enterrado en la escalera que acaricia con la lengua la secuoya del bien y del mal

recordando cuando reventó el soportal, el siglo, la escritura y sus rémoras, los babosos lectores

que tampoco existen por fin en el nuevo ártico, azul, azul por fin el ártico

azul como el brillo de las espadas de los dos ángeles congelados a los pies del árbol.

Canta el loco para su dama, aquietada más arriba, orinando sobre los escalones triturados por las balas 
y raíces, canta el loco, digo, también para el finado y boquiabierto Pantaleón, el censor insepulto

tendido sobre el scriptorium: no más que una mueca burlona de calavera; tal vez todavía con los dedos
amarillos aferrados a una lata de rancho de la era posnucleótica, tras la barbarie, tras la era del pan, tras
 un grito morado inusitado, después del diluvio, quizás un poco antes del tiempo no dicho.

No te oía el loco de la escalera, has de saber, porque canta solo en la fiesta de Sardanápalo,

mientras el sol se hace grande y rojo, allá, allá lejos, más allá de la Luna y sus mareas,

más alto que el templo de verdín que, por fin, una era geológica más tarde,

a punto de ser tragado por el mar, es derribado bajo la mano de una niña y el polvo

se hace playa verde,                              …                                   infinitamente verde.

Allí podrán amarse burdamente esos dos ocasos, descubrir juntos el pedernal

si de nuevo una negrura absorbiera el mundo desde una cueva, y con arena

adherida al cuerpo fumarán y hurgarán entre las rocas, alimentándose, mientras

 las ondas boreales del ciego continúen cimbreando la noche, inyectando el anhelo azul.