viernes, 6 de diciembre de 2013

SALAMANKA HERRIA



Tras innumerables jornadas de huelga salvaje revolucionaria el movimiento obrero local únicamente logró conseguir un puñado de pocas mejoras y reformas que en general se referían a aspectos cotidianos, parcelarios y aislados de la supervivencia del día a día de las masas populares. Sin embargo, y en contra de lo que el modesto resultado pareciera dar a entender, el movimiento efervescente de las células organizadas y la planificación científica llevada al milímetro habían sido intensamente vividos por los jóvenes obreros de todos los barrios. Nadie fue ajeno en la zona de la Celestina, ni en Iglesias, ni en Los Concejos, ni siquiera en la marginal zona de Montevideo (tradicionalmente vinculada con el movimiento lumpen y su comercio febril de hormiguero pirata) a los ímprobos esfuerzos que la Conciencia, la teoría apoderada de las masas que dictaba férreamente en un alarde de discursos peroráticos y pentatónicos; a la vez que estas últimas agarraban a la misma teoría por el cuello y la exprimían a su antojo, jodiéndola como a un buen cuerpo, alegremente, y utilizándola para sus fines vitales. La bravata ideológica y el vulgar hacer porque sí quedaban excluidos por tanto; sin duda debido a la divina y técnica dialéctica que siempre, omnipotente, nos protege del caos y la destrucción al menos mientras algunos necesiten de tales construcciones y resabios metafísicos al no ser capaces de soportarse a sí mismos en el más profundo movimiento geológico que nos recorre constantemente, el de la vida. A pesar del interés que pudiera causarles la sugerencia filosófica anterior debemos retomar el tema y aclarar por qué la bravata ideológica y el hacer borreguil no se admitían entonces en los conciliábulos rojos de la ciudad.

La primera cuestión tiene una sencilla respuesta: Nadie en los barrios quería dar de comer ni mantener de ninguna manera al pobre Joselito que entró en la facultad de filosofía a estudiar hace diez años y que ahora pretendía escribir sus libros en casa de su anciana abuela mientras se daba a la buena vida (enajenada) que otros no podían permitirse. La segunda cuestión también es relativamente sencilla: la acción espontánea sin más está condicionada por otras tantas acciones realizadas en el pasado que han ido configurando la vida de cualquier individuo. Las acciones se cultivan y se perfeccionan: adueñarse del mundo en sentido marxista consiste en ser capaz de saber cómo funciona todo y hacerlo a menudo, significa poder cambiar las cosas de sitio sin trabas ni complicaciones por parte de otro (genérico) sino más bien hacerlo con su acuerdo, su aprobación alegre y cómplice. Así pues cada acción que emprendemos es mejorada por el entendimiento para hacerla en el futuro, primero, más efectiva y, después, más eficiente. Cada acción tiende, en consecuencia, a autorrealizarse, a “mejorar” siempre en el sentido de probar otras posibilidades que de ninguna manera están engarzadas en un denso sistema jerárquico categorial con realidad ontológica propia que establezca lo bueno y lo malo. En todo caso, el materialismo dialéctico en su formulación es una pura construcción mental que determina qué posibilidades son “anteriores” y “posteriores”. Es decir: refleja el pasado, explica el presente y prefigura en cierta manera el futuro. ¿Saben por qué? Por la basura acumulada, los restos de actividad y los platos de la cena del domingo de la semana pasada y la capacidad que tenemos de ser conscientes de eso, que “está ahí” en cuanto entramos en la cocina.


Como consecuencia de todo lo anterior tenemos que el hacer espontáneo, presuntamente puro, de las masas no tiene en absoluto nada que ver con la espontaneidad, lo adánico etc. No. Es resultado de la historia del Hacer de la humanidad, por ello es necesario conocerla para avanzar. ¿Para qué hacer algo que ya se conoce y que no me va a satisfacer ni a mí ni a ti? Quien se ciega con el sueño de la espontaneidad pletórica camina tras un ídolo o de una nube de vivos colores y repetirá constantemente sus errores. En definitiva, no queriendo acalorar al lector con tediosas explicaciones y, también, reconozcámoslo, para no agotar al pobre autor que ahora se devana los sesos intentando reconducir este relato, nadie quería ese tipo de luchadores cortoplacistas, que pensaban ganar de un solo golpe.


¿Han visto? ¿Han comprendido ya a lo que me refiero? ¡Asómbrense con la miseria humana! ¡Ved hasta qué punto especula la Fábrica con el pan! ¡Horrorizaos ante el Monstruo devorando a los homúnculos! Una vez comprobada la profundidad de las disquisiciones cotidianas de estos hombres y mujeres de mirada ardiente podemos preguntarnos por qué, no obstante, después de todo se conformaron con un porrón de hospitales, escuelas, institutos, juzgados, gimnasios, centros de cultura (de la ceguera, claro), televisión pública y bibliotecas.


Hablando de bibliotecas. Era muy curioso observar el otro día a M., nieto de C. quien había luchado por el comunismo y el Hombre Nuevo varias décadas antes, aunque también por una provisional biblioteca en el barrio que podría servir para que sus descendientes la utilizaran y pudieran formarse mejor que él para que después su lucha fuera más efectiva. Estaba M., como digo, en la puerta de la biblioteca de la Casa de los Corales fumando un cigarrillo cuando vio pasar a una gran multitud con banderas rojas. Entrecerró los ojos y pude observar que negaba varias veces con la cabeza. Sus pensamientos eran tan retumbantes que casi llegaron hasta mí. Dirían algo semejante: a “Cómo puede haber gente así todavía. ¡Unos anti-sistema! En pleno siglo XXI además. De lo que se trata es de hacer reformas.” Y esto se decía a sí mismo, tan tranquilo. El otro día habían cerrado la biblioteca de su barrio; sí, la que su abuelo consiguió tras mucha lucha y mucha fiebre. Qué de antinomias. Qué diría el abuelo.


Para acabar quisiera disculparme porque no podré responder a la cuestión pendiente acerca de los motivos que condujeron a unos resultados tan mediocres, teniendo en cuenta la enorme vitalidad de la Huelga Salvaje y Revolucionaria de la que trata el texto. No es la inseguridad del pronóstico lo que me impide hacerlo si no más bien las limitaciones de la propia literatura, pues es bien sabido que la invención artística tiene capacidad creadora, es cierto, pero de un tipo de creación estrictamente limitado a las ficciones, a los no-lugares. Como la Huelga que nos ocupa no es en mí ninguna huelga concreta prefiero hacer una severa autocrítica por jugar con ejemplos metafísicos e intangibles.



lunes, 2 de diciembre de 2013

IZKAVASTGUN



Tamerlán reunido con sus generales. Tamerlán reunido con sus generales da vueltas y vueltas, está enfadado y arranca todo lo que se pone al alcance de su mano. Tamerlán mira más allá de las murallas de Izkavastgun y suspira, una nueva expedición contra sus primos del norte, en el río Oxus, ha conducido a la derrota y todos sus hombres han muerto. Ahora mira al sur, a las tierras persas donde el vino brota de un regato en una montaña sagrada donde dicen los sabios que vivió Zoroastro. Tamerlán, ¿Por qué tierra espléndida caminarán mañana tus tropas?

Quién sabe. Los álamos suenan en el patio y ya se hace tarde, el frío de la montaña sopla con fuerza y los vapores del lago emergen como un remolino maligno desde su lecho. La triste figura del gran comandante, desparramada como una muñeca de trapo contra la pared por la mala pasada que le juegan las sombras que proyectan las antorchas, se va alejando de manera irregular, deteniéndose de vez en cuando por los dolores de cicatrices antiguas y a causa de su penosa cojera.