Tras innumerables jornadas de
huelga salvaje revolucionaria el movimiento obrero local únicamente logró
conseguir un puñado de pocas mejoras y reformas que en general se referían a
aspectos cotidianos, parcelarios y aislados de la supervivencia del día a día
de las masas populares. Sin embargo, y en contra de lo que el modesto resultado
pareciera dar a entender, el movimiento efervescente de las células organizadas
y la planificación científica llevada al milímetro habían sido intensamente
vividos por los jóvenes obreros de todos los barrios. Nadie fue ajeno en la
zona de la Celestina, ni en Iglesias, ni en Los Concejos, ni siquiera en la
marginal zona de Montevideo (tradicionalmente vinculada con el movimiento
lumpen y su comercio febril de hormiguero pirata) a los ímprobos esfuerzos que
la Conciencia, la teoría apoderada de las masas que dictaba férreamente en un
alarde de discursos peroráticos y pentatónicos; a la vez que estas últimas agarraban
a la misma teoría por el cuello y la exprimían a su antojo, jodiéndola como a
un buen cuerpo, alegremente, y utilizándola para sus fines vitales. La bravata
ideológica y el vulgar hacer porque sí quedaban excluidos por tanto; sin duda
debido a la divina y técnica dialéctica que siempre, omnipotente, nos protege
del caos y la destrucción al menos mientras algunos necesiten de tales
construcciones y resabios metafísicos al no ser capaces de soportarse a sí
mismos en el más profundo movimiento geológico que nos recorre constantemente,
el de la vida. A pesar del interés que pudiera causarles la sugerencia
filosófica anterior debemos retomar el tema y aclarar por qué la bravata
ideológica y el hacer borreguil no se admitían entonces en los conciliábulos
rojos de la ciudad.
La primera cuestión tiene una sencilla respuesta: Nadie en
los barrios quería dar de comer ni mantener de ninguna manera al pobre Joselito
que entró en la facultad de filosofía a estudiar hace diez años y que ahora
pretendía escribir sus libros en casa de su anciana abuela mientras se daba a
la buena vida (enajenada) que otros no podían permitirse. La segunda cuestión
también es relativamente sencilla: la acción espontánea sin más está
condicionada por otras tantas acciones realizadas en el pasado que han ido
configurando la vida de cualquier individuo. Las acciones se cultivan y se
perfeccionan: adueñarse del mundo en sentido marxista consiste en ser capaz de
saber cómo funciona todo y hacerlo a menudo, significa poder cambiar las cosas
de sitio sin trabas ni complicaciones por parte de otro (genérico) sino más
bien hacerlo con su acuerdo, su aprobación alegre y cómplice. Así pues cada
acción que emprendemos es mejorada por el entendimiento para hacerla en el
futuro, primero, más efectiva y, después, más eficiente. Cada acción tiende, en
consecuencia, a autorrealizarse, a “mejorar” siempre en el sentido de probar
otras posibilidades que de ninguna manera están engarzadas en un denso sistema
jerárquico categorial con realidad ontológica propia que establezca lo bueno y
lo malo. En todo caso, el materialismo dialéctico en su formulación es una pura
construcción mental que determina qué posibilidades son “anteriores” y
“posteriores”. Es decir: refleja el pasado, explica el presente y prefigura en
cierta manera el futuro. ¿Saben por qué? Por la basura acumulada, los restos de
actividad y los platos de la cena del domingo de la semana pasada y la
capacidad que tenemos de ser conscientes de eso, que “está ahí” en cuanto
entramos en la cocina.
Como consecuencia de todo lo anterior tenemos que el hacer
espontáneo, presuntamente puro, de las masas no tiene en absoluto nada que ver
con la espontaneidad, lo adánico etc. No. Es resultado de la historia del Hacer
de la humanidad, por ello es necesario conocerla para avanzar. ¿Para qué hacer
algo que ya se conoce y que no me va a satisfacer ni a mí ni a ti? Quien se
ciega con el sueño de la espontaneidad pletórica camina tras un ídolo o de una
nube de vivos colores y repetirá constantemente sus errores. En definitiva, no
queriendo acalorar al lector con tediosas explicaciones y, también,
reconozcámoslo, para no agotar al pobre autor que ahora se devana los sesos
intentando reconducir este relato, nadie quería ese tipo de luchadores
cortoplacistas, que pensaban ganar de un solo golpe.
¿Han visto? ¿Han comprendido ya a lo que me refiero?
¡Asómbrense con la miseria humana! ¡Ved hasta qué punto especula la Fábrica con
el pan! ¡Horrorizaos ante el Monstruo devorando a los homúnculos! Una vez
comprobada la profundidad de las disquisiciones cotidianas de estos hombres y
mujeres de mirada ardiente podemos preguntarnos por qué, no obstante, después
de todo se conformaron con un porrón de hospitales, escuelas, institutos,
juzgados, gimnasios, centros de cultura (de la ceguera, claro), televisión
pública y bibliotecas.
Hablando de bibliotecas. Era muy curioso observar el otro
día a M., nieto de C. quien había luchado por el comunismo y el Hombre Nuevo
varias décadas antes, aunque también por una provisional biblioteca en el
barrio que podría servir para que sus descendientes la utilizaran y pudieran
formarse mejor que él para que después su lucha fuera más efectiva. Estaba M.,
como digo, en la puerta de la biblioteca de la Casa de los Corales fumando un
cigarrillo cuando vio pasar a una gran multitud con banderas rojas. Entrecerró
los ojos y pude observar que negaba varias veces con la cabeza. Sus
pensamientos eran tan retumbantes que casi llegaron hasta mí. Dirían algo
semejante: a “Cómo puede haber gente así todavía. ¡Unos anti-sistema! En pleno
siglo XXI además. De lo que se trata es de hacer reformas.” Y esto se decía a
sí mismo, tan tranquilo. El otro día habían cerrado la biblioteca de su barrio;
sí, la que su abuelo consiguió tras mucha lucha y mucha fiebre. Qué de antinomias.
Qué diría el abuelo.
Para acabar quisiera disculparme porque no podré responder a
la cuestión pendiente acerca de los motivos que condujeron a unos resultados
tan mediocres, teniendo en cuenta la enorme vitalidad de la Huelga Salvaje y
Revolucionaria de la que trata el texto. No es la inseguridad del pronóstico lo
que me impide hacerlo si no más bien las limitaciones de la propia literatura,
pues es bien sabido que la invención artística tiene capacidad creadora, es
cierto, pero de un tipo de creación estrictamente limitado a las ficciones, a
los no-lugares. Como la Huelga que nos ocupa no es en mí ninguna huelga
concreta prefiero hacer una severa autocrítica por jugar con ejemplos
metafísicos e intangibles.
…