Me gustaría dedicar esta primera entrada del año 2015 a homenajear a mi admirado Pier Paolo Pasolini, en el cuadragésimo aniversario de su asesinato en extrañas circunstancias, una negra noche de noviembre de 1975 en las cercanías de la ciudad costera de Ostia. Para ello compartiré con todas vuesas mercedes el resultado de un trabajo de investigación realizado durante los pasados meses acerca de la polémica película póstuma del susodicho, Saló o los 120 días en Sodoma, a causa de la cual es probable que tuviera lugar el fatal desenlace que apesta, de lejos, a un ajuste de cuentas por parte de la negra mano del fascismo organizado (y me refiero a las bandas paleofascistas y neonazis de los 70 estrechamente vinculadas con el Estado italiano).
Dicha película, a día de hoy, aún es capaz de proporcionar de manera estética y poética, si se me permite tal interpretación, las claves para un análisis radical del mutable capitalismo de consumo, imperialista y decadente que, como entonces, continua imperturbable con su tonta y natural tarea de destruir millones de vidas humanas.Y que nadie se sorprenda cuando digo, además, que consigue esto de manera ciertamente poética (poien), a pesar de todo el contenido cruel, violento, sadomasoquista y explícitamente sexual del filme; en el sentido profundo de que Saló refleja la experiencia vital y torturada que un desesperado Pasolini padeció durante los últimos años de su vida, frente a un mundo que se empecinaba en ignorarlo tanto más cuánto más alzaba la voz contra él.
En las líneas que siguen, en esta primera parte del artículo, se lleva a cabo un resumen exhaustivo del pensamiento
político y existencial de Pasoli (1922-1975): intelectual, artista y
político boloñés. Concretamente me referiré a las ideas que sostuvo en sus
artículos de prensa en 1974. A continuación, en la segunda parte, que publicaré en los próximos días, se pondrán en relación estas
ideas con el testamento cinematográfico de Pasolini: la ya citada película "de culto" Saló o los 120 días en Sodoma (1975), mediante un exhaustivo
análisis estético de ésta. Así que también os recomiendo que le dediquéis unas horas y un nuevo visionado para refrescarla, si fuera posible.
Por último, extraeré toda una serie de conclusiones
pertinentes que, como ya he adelantado, merece la pena tener en cuenta hoy en lo concerniente al arma de la crítica (teórica y estética) y a la consiguiente crítica de las armas del capitalismo espectacular actual.
....
1. Análisis social, político, cultural y antropológico de P. P. Pasolini de la Italia de los años 70 y sus características:
1.1. Pasolini, Gramsci, y el papel del intelectual orgánico de la clase obrera. El aislamiento y la incomunicación.
Para
comprender y analizar correctamente la obra, tanto cinematográfica como
poética, narrativa o periodística de Pier Paolo Pasolini desde un punto de
vista estético es necesario previamente tener en cuenta la ideología marxista y
comunista del autor, que si bien francamente heterodoxa, es deudora del
pensamiento de los fundadores del socialismo científico, de los cuales obtendrá
las claves teóricas para analizar el mundo, el sistema capitalista, su evolución
y los cambios producidos en la sociedad italiana en la que él se encuentra y
pretende transformar. Es destacable, en esta influencia filosófico-política, la
obra de Marx y Gramsci, sobre todo en lo referido a la concepción pasoliniana
de los deberes y función del intelectual en la sociedad. Por ese motivo
considerará a los intelectuales como un grupo social objetivamente dentro de la
burguesía, pero que por sus características peculiares desarrolla una
subcultura propia capaz de influir en la lucha de clases, concretamente en el
ámbito de la superestructura: por ejemplo a través de los medios de
comunicación de masas y, en consecuencia en la llamada lucha ideológica. Es
aquí donde el intelectual revolucionario, comprometido, tiene su campo de
acción y capacidad pedagógica. No obstante, en la época de Pasolini, la figura
del intelectual empezará a entrar en crisis, fenómeno al que él mismo se
refiere.
En distintos
textos, como en el breve tratado pedagógico incluido en las Cartas luternanas (1975) destinado a Gennariello[1],
o en un artículo de 1974 recogido en los Escritos
Corsarios con el título La novela de
las matanzas, reconoce explícitamente esta vocación “legisladora” del
intelectual: Los graves sucesos que tenían en jaque la pervivencia de la democracia
en Italia, atentados fascistas y antifascistas[2];
inestabilidad en general, provocan en Pasolini la necesidad de hacer públicos
los nombres concretos de los responsables de esta situación catastrófica. Sin
embargo, al carecer de pruebas concluyentes, en el sentido jurídico, solo puede
afirmar la necesidad de informarse bien e investigar de tal manera que este
problema se haga claro a ojos del público y denunciar la voluntad de aquellos
(los hombres del poder: capitalistas, gobernantes, Iglesia, industriales etc.)
que no permiten que se reconozca la “evidencia”. Aún así se permite afirmar que
conoce esos nombres: “Lo sé porque soy un
intelectual, un escritor que intenta seguir todo lo que sucede, conocer todo lo
que se escribe sobre ello, imaginarse todo lo que no se sabe o que se calla;
que coordina hechos incluso lejanos, que une las piezas desorganizadas y
fragmentarias de todo un entero cuadro político coherente, que restablece la
lógica donde parecen reinar la arbitrariedad, la locura, el misterio. Todo esto
forma parte de mi oficio y del instinto de mi oficio. […] ¿A quién le compite,
pues dar estos nombres? Evidentemente a quien no solo tenga el valor necesario,
sino que además no esté comprometido en la práctica con el poder, y también, por
definición, que no tenga nada que perder: o sea un intelectual.”[3]
No obstante, para Pasolini el valor intelectual de la verdad y la práctica
política son dos cosas inconciliables y él, por ser ajeno al poder, no puede decir
los nombres, tarea de la que debería ocuparse el PCI, señalando a los culpables
y aportando indicios y pruebas concluyentes.
Los
precedentes de esta actitud intelectual hay que rastrearlos, como he dicho, en
Gramsci, que en sus Cuadernos de la
Cárcel, desarrolla y explicita las funciones del intelectual orgánico de la
clase obrera: una élite “especialista” en temas sociales, políticos y
culturales al servicio del proletariado y del Partido Comunista, capaz de
influir en la opinión pública y desarrollar la lucha ideológica para conseguir
una hegemonía política que siembre conciencia de clase en el proletariado, cambiando
y elevando el llamado “sentido común” de éste, lo que debe culminar en su
posterior concienciación en clase para sí y en organización. Sin embargo, este
proceso no está exento de contradicciones y Pasolini, en su vida personal, tuvo
que soportarlas todas y cada una de ellas, hasta el punto de tener que pagar
con su vida al final.
Como
dijo Gramsci: “en el proceso se repiten
continuamente momentos en que entre la masa y los intelectuales se produce un
distanciamiento, una pérdida de contacto.”[4].
El caso de Pasolini es, por antonomasia, el mayor ejemplo si tenemos en
cuenta su origen burgués que le hacía ser considerado como un traidor para su
clase y como alguien ajeno y extraño para el proletariado y el subproletariado
italiano. De esta ambigüedad para con unos y otros sacó un gran partido que
empleó fustigando a ambos críticamente, en el sentido de denunciar la barbarie
y los errores de unos y otros. La evolución del propio mundo del desarrollo (al
que él opone cualitativamente el progreso) es responsable de las
contradicciones mencionadas y Pasolini irá distanciándose de todos, irá quedándose
progresivamente solo; teniendo en consecuencia que exasperar su discurso cada
vez más para lograr ser escuchado, dado lo incómodo de sus análisis y la
abrumadora impermeabilidad de la realidad frente a cualquier crítica. Sus
últimos años son prueba de esta soledad que escogió “como un rey”, tal y como afirma en uno de sus versos[5].
Porque la ausencia de reciprocidad dialéctica en el diálogo intelectual-masas,
la terrible imposibilidad de éste, vivida como una tragedia de proporciones
telúricas, conduce a la crisis nihilista inevitable que, por ejemplo, se
expresará en Saló o en su inacabada
novela Petrolio. Efectivamente, esta
crisis de la figura del intelectual en el mundo, vivida íntimamente para
Pasolini es fundamental para comprender el argumento de la película y su
estética, como se demostrará en el punto 2.
1.2. Crítica al Capitalismo de consumo. Mutación antropológica y culturización. La cultura agraria /campesina frente a la nueva cultura totalitaria.
“Ningún centralismo fascista ha
conseguido lo que el centralismo de la civilización de consumo. El fascismo
proponía un modelo, reaccionario y monumental, pero que quedaba como letra
muerta. Las varias culturas individuales (campesinas, subproletarias, obreras)
seguían imperturbablemente uniformizándose según sus antiguos modelos: la
represión se limitaba a obtener su adhesión de palabra. Hoy, por el contrario,
la adhesión a los modelos impuestos por el centro es total e incondicional. Se
ha renegado de los modelos culturales reales. Se ha abjurado. Se puede, pues,
afirmar que la “tolerancia” de la ideología hedonista impuesta por el nuevo
poder es la peor de las represiones de la historia humana.”[6]
Difícilmente
podríamos encontrar un párrafo de Pasolini que exprese mejor el análisis de la
sociedad italiana, válida también para otras sociedades como la española,
portuguesa etc. que estuvieron bajo dictaduras fascistas (en el sentido
clásico) y en términos generales para el conjunto de lo que se ha llamado mundo
globalizado: es decir, el capitalismo como sistema internacional en su fase
imperialista avanzada y decadente, en la que el consumo es parte esencial de
las relaciones de producción vigentes, no solo una consecuencia de éstas. Veamos
más pormenorizadamente en qué consiste el esquema que hacía Pasolini: “Ha cambiado el modo de producción
(cantidades enormes, bienes superfluos, función hedonista). Pero la producción
no solo produce mercancías: produce al mismo tiempo relaciones sociales,
humanidad.”[7]
En
realidad, como consecuencia de la independencia mantenida respecto al PCI,
Pasolini, como poeta e intelectual, fue capaz de llevar a cabo unos análisis
muy avanzados del giro estructural que se produjo en la economía de los años
60-70 y de su traducción en males
superestructurales de un tipo completamente nuevo que la izquierda clásica,
salvo contadas excepciones, tardó mucho en reconocer, o de los que ni siquiera
fue consciente hasta que fue demasiado tarde, como se evidencia con el fin del
ciclo de la Revolución de Octubre a finales del siglo XX. Efectivamente, según
Marx, el partido revolucionario debería ser capaz de realizar un análisis
radical de la realidad y, por su parte, el PCI no cumplió, sino que asumía más
o menos acríticamente la ideología del desarrollo, confundiéndola de manera
burda con el progreso.
Por su
parte, la derecha de los años 60-70 también ignoraba, o hacía como que ignoraba
esos cambios paulatinos que condujeron a una revolución económica encubierta y a
un nuevo modo de producción. Además, los valores humanistas o de raíz cristiana
que Pasolini defiende en cierta manera quedan traicionados por una Iglesia
hipócrita incapaz de darse cuenta del ataque que supone la ideología -paradójicamente
sin ideología- del consumo y el hedonismo, rindiéndose sin luchar, completamente
agotada. Muy poco tiempo faltaba para que la teoría neoliberal cobrara fuerza
en Norteamérica y en Europa entre los sectores de derecha que representaban a
la nueva y actualizada burguesía que por fin estaba dispuesta, conscientemente,
a erigir un mundo a su imagen y semejanza, prescindiendo de los viejos aderezos
tradicionalistas, rancios, de la vieja sociedad. Incluso rompiendo con los
valores ilustrados que la condujeron como clase al poder político, por ejemplo
desembarazándose de las repetidas hasta la saciedad: igualdad, solidaridad y
fraternidad del liberalismo revolucionario del s. XIX.
Esto es
lo que Pasolini denominará mutación antropológica: no se trata solo de un
cambio superestructural casual dentro del modo de producción: se trata de que
el propio hombre se ha transformado de una manera tal que Pasolini no reconoce
ya al ser humano[8]
que vivió y existió anteriormente. La humanidad se ha convertido en un producto
más del postcapitalismo: “El nuevo
<<modo de producción>> ha producido pues una nueva Humanidad, o
sea, una <<nueva cultura>>; ha modificado antropológicamente al
hombre (en especial al italiano). Esta <<nueva cultura>>ha
destruido cínicamente (genocidio) las culturas precedentes: desde la cultura
burguesa tradicional a las diversas culturas populares, particularistas y
pluralistas. Los modelos y los valores destruidos se han visto sustituidos por
los modelos y valores propios de esa <<nueva cultura>> (aún no
definidos ni nombrados), que son los de una nueva especie de burguesía.”[9].
El nuevo hombre es una criatura muy distinta al hombre antiguo ya que toda su
vida material se ha convertido en su ideología y viceversa; sin embargo la
miseria es mayor que nunca y la falta de libertad, es decir, de modelos
culturales propios, es el destino de la clase obrera y subproletaria. La
incapacidad de las clases oprimidas y sobre todo de sus jóvenes, que nunca
conocieron el anterior mundo antropológico, para realizar existencialmente los
nuevos valores y comportamientos totalitarios (solo accesibles a los jóvenes
burgueses), produce en ellos desgracia, insatisfacción, tristeza, afasia, neurosis
etc. Hasta el punto de convertirlos en sombras de lo que fueron en las viejas
sociedades, incluso a pesar de la carestía económica de entonces.
Un buen
ejemplo de esto lo podemos encontrar en Accatone
(1961) y en Mamma Roma (1962), primeras películas de Pasolini, en las
que representa el cambio cultural mencionado y las consecuencias negativas de
éste. Las tres películas del Ciclo de la
Vida, del que hablaremos más adelante, son, por su parte, una idealización
pasoliniana del mundo agrario arcaico en el que se centra sobre todo en mostrar
los rostros, el aspecto físico, la actitud vital, alegre e incluso pícara de
esa juventud perdida: de un mundo que Pasolini aún confiaba en recuperar: “Quizás los hombres tendrán que volver a
experimentar su pasado después de haberlo superado artificialmente y olvidado
en una especie de fiebre, de frenética inconsciencia. Claro que la recuperación
de dicho pasado durante mucho tiempo será un aborto, una desgraciada mezcla de
las nuevas comodidades y de las antiguas miserias. Pero que sea bienvenida a
este mundo incluso confuso y caótico, esta <<bajada>>. Cualquier
cosa será mejor que el tipo de vida que estaba alcanzando vertiginosamente la
sociedad.”[10]
Las
características de este nuevo mundo consumista son muy diferentes a las
anteriores y, además difíciles de detectar, pues si Marx desveló el funcionamiento
real de la economía política de su época, quitando todo resto de ideología
mistificadora o que llamara a engaño, para Pasolini es doblemente ardua la tarea: no solo por la
dificultad que encierra una incipiente sociedad compleja aparentemente
desideologizada, sino también por el ostracismo obligado al que estaba sometido.
Desde la perspectiva global resumida en las líneas precedentes, Pasolini sopesaba
cambios muy concretos que interpretaba como síntomas de la enfermedad crónica:
Por ejemplo, fue tremendamente crítico con la legalización del aborto al
considerar que se trataba de una legalización encubierta de un genocidio (aunque
aceptaba su práctica despenalizada, aunque sin despojarlo nunca su carácter
delictivo contra la vida) perpetrado por un capitalismo voraz. Por otro lado,
éste también predica una falsa tolerancia que, en el fondo, solo busca un
modelo familiar consumista, no proletario, de hábitos irreflexivos, que
requiera, por tanto, de anticonceptivos y del aborto para consumir “bienestar”
también en lo sexual: un mercado que hasta entonces había permanecido
inexplotado.
Tras la
derrota del fascismo en la II Guerra Mundial el pueblo italiano, aparentemente,
se encontró por fin en el mundo libre. El tema de la tolerancia es crucial en
Pasolini, quien piensa que ésta se ha perdido en las clases oprimidas de la
sociedad de consumo, siendo sustituida por una promiscuidad pequeñoburguesa obligadamente
heterosexual, disfrazada de “libertad sexual” de signo progresista; y, aunque
oficialmente se pregone por doquier la ideología del respeto, se ha llegado al
punto de que “El ser distinto no ha sido
nunca una culpa tan horrorosa como en este periodo de tolerancia. No es que se
haya conquistado la igualdad, se trata de una falsa igualdad recibida como
regalo.”[11] Este cambio sexual, como se verá, fue
magistralmente representado en Saló,
donde, al contrario que en el Ciclo de la
vida, se subraya el carácter alienante y perverso de la sexualidad
contemporánea: “En una sociedad en la que
todo está prohibido se puede hacer todo; en una sociedad en la que algo está
permitido solo se puede hacer ese algo.”[12].
Si bien
todo esto es realmente pesimista desde un punto de vista intelectual, Pasolini,
al igual que Gramsci, confiaba en el optimismo de la voluntad y en la lucha y
denuncia constantes desde una perspectiva antifascista (como se verá en el
siguiente punto), lo que por otra parte no evitó que al final de su vida
predominara ese aspecto pesimista, sugiriendo incluso que ya no hay remedio,
intuición que se materializó en Saló,
el último ejercicio de pedagogía inversa, dedicada “a la sombra desdeñosa de Sade”, otro revolucionario escaldado y, en
cierta manera, desesperanzado.
1.3. El verdadero fascismo y, consecuentemente, el verdadero antifascismo. Del fascismo clásico, al fascismo posmoderno.
Ya
he dejado establecido cómo Pasolini analiza el nuevo capitalismo, sus bases
estructurales y las consecuencias culturales y antropológicas derivadas. Ahora
intentaré esclarecer la concepción del fascismo que habitualmente maneja y que,
como también se ha visto en la cita con la que se abordaba el punto anterior,
es sinónimo de la sociedad de consumo. Si el fascismo clásico tiene como característica
principal la “prepotencia del poder”,
es decir surgir como una estrategia política de las clases dominantes para
mantenerse en tiempos de crisis a través de la fuerza, la extrema violencia y
el ideal interclasista de la nación, parece asimismo evidente que la nueva
época mantiene estos mismos rasgos, aunque con algunas particularidades.
Precisamente debido a estas novedades cabe hablar, según él, de un nuevo
fascismo y también de una nueva manera de oponerse a él; que evidentemente
debería superar la respuesta que habitualmente se ha dado desde la izquierda,
es decir fundar un nuevo antifascismo; algo que desgraciadamente no ocurrió. El
fenómeno no es el mismo, pero al parecer las categorías intelectuales para
referirse a ello se salvaguardan, lo que conlleva un gran riesgo de inoperatividad,
conformismo y de gatopardismo lampedusiano entre los propios antifascistas.
Este déficit es el que intentará solventar el italiano: se ha puesto de
manifiesto que: “no basta con ser
antifascista, sobre todo después del fascismo”.
Se
puede considerar que en Pasolini hay tres maneras de entender este fenómeno: el
primero es el fascismo clásico de tiempos de Mussolini que coincide temporalmente
con su juventud y con la cultura de la Resistencia partisana que él asumió ideológicamente.
El poder, entonces, consistía en la anulación no dialéctica de la lucha de
clases a través de la imposición de una pseudocultura totalitaria de la nación
a través de las emociones y la teatralización de la política de masas en torno
a la figura catalizadora del Duce
quien transmutaba las clases antagónicas en capas medias, es decir, en un
homogéneo Pueblo Italiano.
Evidentemente
esta unidad no era más que una ilusión, un teatro de la emoción ineficaz por sí
mismo e incapaz de obtener la adhesión total; carencia que se solventaba a
través de la violencia y la represión, igualmente estetizadas, pero que, éstas
sí, no dejaban de ser objetivamente reales. Una vez liquidado el estado
corporativo tras la gran guerra, el poder se viste con ropajes democráticos
pero su carácter opresor se mantiene incólume con mayor sutilidad; es decir los
sucesivos gobiernos de la Democracia Cristiana suponen una continuidad, pues
representan los intereses de las mismas clases opresoras, que se aseguran de
que el PCI jamás pueda acceder al poder. La ideología dominante, por su parte,
vuelve a los esquemas conservadores dictados por la Iglesia Católica. Es justo
antes de esta etapa cuando los “nuevos” administradores del orden asumen
también un antifascismo ad hoc,
haciendo inviable la ya mencionada cultura de la Resistencia, traicionada por
su ala liberal-conservadora.
Esto
evidencia la fácil mutación cultural del fascismo; el surgimiento de una
segunda variante. No obstante, en ambas etapas, el poder sigue siendo incapaz
de cambiar al Hombre, de acabar con la resistencia efectiva; en realidad se ha
limitado a insistir machaconamente en su aparente desaparición, aun cuando
antropológicamente las clases sociales seguían manteniendo su propia cultura,
conservando su identidad y por tanto, la libertad de oponerse, de luchar. El
siguiente poema, escrito por Pasolini en los 70, refleja muy bien esto:
“La
voz de Dante resonaba en aulas desesperadas
Pobres
hombres tenían el encargo de enseñar
cómo
ser héroes, en los gimnasios;
nadie
se lo creía
Luego
las plazas se llenaban de estos incrédulos
bastaban
dos palos, una tarima
con
una mala tela pintada de rojo
de
blanco y de verde; y de negro; bastaban
unos
pocos símbolos harapientos, águilas y fascios de madera o estaño;
jamás
un espectáculo fue más económico
que
un desfile en aquellos tiempos
Los
viejos y los jóvenes de común acuerdo
deseaban
grandiosidad y grandeza;
miles
de muchachos desfilaban
algunos
de ellos “elegidos”, otros simple tropa;
como
en un éxtasis perdido entre los siglos
eran
mañanas de mayo o de pleno verano
y
el mundo rural alrededor
Italia
era como una pobre isla en medio de naciones
donde
la agricultura estaba en declive,
y
el escaso grano era un océano inmenso
donde
cantaban tordos, alondras, las atónitas aves del sol
Las
concentraciones se dispersaban en los palcos caía la brisa
y
todo era verdad,
las
banderas continuaban ondeando
a
un viento que no las reconocía.”[13]
Sin
embargo la cosa no se quedó así y el fascismo, a finales de los 60 y a
comienzos de los 70, mutó una tercera vez, convirtiéndose poco a poco en lo que
hoy se denomina fascismo posmoderno. En 1974 Pasolini lo advertirá en distintos
artículos periodísticos y poemas. Ya no sirve la megalomanía, los grandes efectos
del romanticismo de acero y los discursos ante el Pueblo de la figura carismática
del Duce, al que se podría acallar simplemente cambiando de canal en la televisión.
Es la época de la revolución económica encubierta de la burguesía, del
genocidio cultural, el consumo democrático y de la homologación -esta vez sí-
total de los italianos “que realiza casi
milagrosamente el sueño interclasista del viejo Poder”[14].
Un Poder con mayúscula, carente de representantes evidentes, al que Pasolini no
puede identificar con nombre y apellidos por la dificultad de aprehensión de la
realidad; un Poder que se vale de la televisión y la educación como instrumentos
de ideologización, que progresivamente abjura de la tradicional superestructura
reaccionaria (Iglesia, fascismo arqueológico etc.).
El
consumismo, además de una necesidad de la economía ciega sirve para normalizar
y aburguesar al proletariado, al campesinado y al subproletariado urbano
cambiando su comportamiento existencial, su forma de hablar y comportarse…En
definitiva, se acaba con los distintos
lenguajes semióticos que componían la realidad y Pasolini observa ahora un
paisaje en ruinas, irreconocible en la experiencia cotidiana. Por ejemplo en su
relación con los jóvenes (ya sean antifascistas o bien neofascistas, igualados
por los hábitos existenciales y culturales pequeñoburgueses[15])
se constata un fin de ciclo, un cierre de horizonte histórico, no dialéctico
con la modernidad.: “De modo que este
nuevo Poder aún no representado por nadie y debido a un cambio de la clase
dominante, es en realidad -si queremos conservar la vieja terminología- una
forma total de fascismo.”[16].
En
consecuencia, el nuevo antifascismo pasoliniano consiste en un radical
anticapitalismo favorable a la vida plena y la libertad, opuesto tanto al conformismo
inconsciente como al aceptado culpable y dolorosamente por el resto de los
intelectuales que lo abandonan. La función del intelectual antifascista aislado
se vuelve desesperada, incluso anulada frente a un poder que, efectivamente,
pasa de él: “La muerte no consiste en no
poder comunicar/sino en ser ya para siempre incomprendido”, dice en otro
poema; pues su enemigo, como lo reformulará Eduardo Galeano más tarde, ha
cambiado las preguntas cuando ya se tenían las respuestas. Lo que no se puede,
no obstante, es ceder sin más; callarse. Pero, ¿qué hacer frente a quien te
permite hablar y ser oído pero que impide al sujeto histórico de la revolución escuchar
y comprender?
[1] PASOLINI, Pier Paolo, Cartas luteranas, Madrid, 2010.
[2] Gran parte de este
terrorismo supuestamente antifascista, como el atribuido a las Brigadas Rojas,
tal y como el mismo Pasolini denuncia eran en realidad atentados de “falsa
bandera” provenientes de grupos filofascistas y anticomunistas vinculados al
Estado, los servicios secretos italianos y la CIA, en el contexto de lo que más tarde recibió el nombre de
Operación GLADIO; que pretendía desprestigiar a la izquierda italiana, entre
otras cosas para evitar la creciente influencia del entonces gran Partido Comunista
de Italia (PCI).
[3] PASOLINI, Pier Paolo, Escritos Corsarios, Barcelona, 1975.
pp.97-98.
[4]GRAMSCI, Antonio, Introducción a la filosofía de la praxis, Barcelona, 1986, p. 26.
[5] Concretamente en “Las hermosas banderas”, poema disponible
en castellano en la siguiente web: http://www.materialdelectura.unam.mx/index.php?option=com_content&task=view&id=137&Itemid=31&limit=1&limitstart=8 [Consultado el 12/5/2015].
[6] Op. Cit. PASOLINI, Pier
Paolo, Escritos corsarios pp. 40-41.
[7] PASOLINI, Pier Paolo, Carta luterana a Ítalo Calvino, artículo
recogido en la obra de ensayos, recopilación del corpus escrito pasoliniano:
CÍRCULO DE BELLAS ARTES Palabra de
Corsario, Madrid, 2005, p.262.
[8] Es evidente que
Pasolini se atiene a la célebre sentencia marxiana “el
hombre es el conjunto de las relaciones sociales” y habla en consecuencia.
[9] Ibíd. p.262.
[10] Op. Cit. PASOLINI, Pier
Paolo, Escritos corsarios p.178.
[11] Ibíd. p. 72.
[12] Ibíd. p.127.
[13] PASOLINI, Pier Paolo, L´Italia fascista (poema póstumo),
recogido en Tutte le opere, Tutte le
Poesie II, Mondadori, Milán, 2003.
[14] Op. Cit. PASOLINI, Pier
Paolo, Escritos corsarios p. 59.
[15] No se les iguala, como
otros hacen de manera falaz, políticamente, solo culturalmente: “No son los antifascistas y los fascistas
extremistas los que se identifican. Por otra parte, los pocos miles de jóvenes
extremistas fascistas son en realidad, fuerzas estatales.” Ibíd. p. 85.
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