viernes, 23 de enero de 2015

CRÍTICA AL FASCISMO POSMODERNO EN LA ESTÉTICA DE “SALÓ, O LE 120 GIORNATE DI SODOMA” DE PIER PAOLO PASOLINI (Primera parte)





Me gustaría dedicar esta primera entrada del año 2015 a homenajear a mi admirado Pier Paolo Pasolini, en el cuadragésimo aniversario de su asesinato en extrañas circunstancias, una negra noche de noviembre de 1975 en las cercanías de la ciudad costera de Ostia. Para ello compartiré con todas vuesas mercedes el resultado de un trabajo de investigación realizado durante los pasados meses acerca de la polémica película póstuma del susodicho, Saló o los 120 días en Sodoma, a causa de la cual es probable que tuviera lugar el fatal desenlace que apesta, de lejos, a un ajuste de cuentas por parte de la negra mano del fascismo organizado (y me refiero a las bandas paleofascistas y neonazis de los 70 estrechamente vinculadas con el Estado italiano).
 Dicha película, a día de hoy, aún es capaz de proporcionar de manera estética y poética, si se me permite tal interpretación, las claves para un análisis radical del mutable capitalismo de consumo, imperialista y decadente que, como entonces, continua imperturbable con su tonta y natural tarea de destruir millones de vidas humanas.Y que nadie se sorprenda cuando digo, además, que consigue esto de manera ciertamente poética (poien), a pesar de todo el contenido cruel, violento, sadomasoquista y explícitamente sexual del filme; en el sentido profundo de que Saló refleja la experiencia vital y torturada que un desesperado Pasolini padeció durante los últimos años de su vida, frente a un mundo que se empecinaba en ignorarlo tanto más cuánto más alzaba la voz contra él.
 En las líneas que siguen, en esta primera parte del artículo, se lleva a cabo un resumen exhaustivo del pensamiento político y existencial de Pasoli (1922-1975): intelectual, artista y político boloñés. Concretamente me referiré a las ideas que sostuvo en sus artículos de prensa en 1974. A continuación, en la segunda parte, que publicaré en los próximos días, se pondrán en relación estas ideas con el testamento cinematográfico de Pasolini: la ya citada película "de culto" Saló o los 120 días en Sodoma (1975), mediante un exhaustivo análisis estético de ésta. Así que también os recomiendo que le dediquéis unas horas y un nuevo visionado para refrescarla, si fuera posible.
 Por último, extraeré toda una serie de conclusiones pertinentes que, como ya he adelantado, merece la pena tener en cuenta hoy en lo concerniente al arma de la crítica (teórica y estética) y a la consiguiente crítica de las armas del capitalismo espectacular actual.
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1. Análisis social, político, cultural y antropológico de P. P. Pasolini de la Italia de los años 70 y sus características:


1.1. Pasolini, Gramsci, y el papel del intelectual orgánico de la clase obrera. El aislamiento y la incomunicación.

 


Para comprender y analizar correctamente la obra, tanto cinematográfica como poética, narrativa o periodística de Pier Paolo Pasolini desde un punto de vista estético es necesario previamente tener en cuenta la ideología marxista y comunista del autor, que si bien francamente heterodoxa, es deudora del pensamiento de los fundadores del socialismo científico, de los cuales obtendrá las claves teóricas para analizar el mundo, el sistema capitalista, su evolución y los cambios producidos en la sociedad italiana en la que él se encuentra y pretende transformar. Es destacable, en esta influencia filosófico-política, la obra de Marx y Gramsci, sobre todo en lo referido a la concepción pasoliniana de los deberes y función del intelectual en la sociedad. Por ese motivo considerará a los intelectuales como un grupo social objetivamente dentro de la burguesía, pero que por sus características peculiares desarrolla una subcultura propia capaz de influir en la lucha de clases, concretamente en el ámbito de la superestructura: por ejemplo a través de los medios de comunicación de masas y, en consecuencia en la llamada lucha ideológica. Es aquí donde el intelectual revolucionario, comprometido, tiene su campo de acción y capacidad pedagógica. No obstante, en la época de Pasolini, la figura del intelectual empezará a entrar en crisis, fenómeno al que él mismo se refiere.

En distintos textos, como en el breve tratado pedagógico incluido en las Cartas luternanas (1975) destinado a Gennariello[1], o en un artículo de 1974 recogido en los Escritos Corsarios con el título La novela de las matanzas, reconoce explícitamente esta vocación “legisladora” del intelectual: Los graves sucesos que tenían en jaque la pervivencia de la democracia en Italia, atentados fascistas y antifascistas[2]; inestabilidad en general, provocan en Pasolini la necesidad de hacer públicos los nombres concretos de los responsables de esta situación catastrófica. Sin embargo, al carecer de pruebas concluyentes, en el sentido jurídico, solo puede afirmar la necesidad de informarse bien e investigar de tal manera que este problema se haga claro a ojos del público y denunciar la voluntad de aquellos (los hombres del poder: capitalistas, gobernantes, Iglesia, industriales etc.) que no permiten que se reconozca la “evidencia”. Aún así se permite afirmar que conoce esos nombres: “Lo sé porque soy un intelectual, un escritor que intenta seguir todo lo que sucede, conocer todo lo que se escribe sobre ello, imaginarse todo lo que no se sabe o que se calla; que coordina hechos incluso lejanos, que une las piezas desorganizadas y fragmentarias de todo un entero cuadro político coherente, que restablece la lógica donde parecen reinar la arbitrariedad, la locura, el misterio. Todo esto forma parte de mi oficio y del instinto de mi oficio. […] ¿A quién le compite, pues dar estos nombres? Evidentemente a quien no solo tenga el valor necesario, sino que además no esté comprometido en la práctica con el poder, y también, por definición, que no tenga nada que perder: o sea un intelectual.”[3] No obstante, para Pasolini el valor intelectual de la verdad y la práctica política son dos cosas inconciliables y él, por ser ajeno al poder, no puede decir los nombres, tarea de la que debería ocuparse el PCI, señalando a los culpables y aportando indicios y pruebas concluyentes.

Los precedentes de esta actitud intelectual hay que rastrearlos, como he dicho, en Gramsci, que en sus Cuadernos de la Cárcel, desarrolla y explicita las funciones del intelectual orgánico de la clase obrera: una élite “especialista” en temas sociales, políticos y culturales al servicio del proletariado y del Partido Comunista, capaz de influir en la opinión pública y desarrollar la lucha ideológica para conseguir una hegemonía política que siembre conciencia de clase en el proletariado, cambiando y elevando el llamado “sentido común” de éste, lo que debe culminar en su posterior concienciación en clase para sí y en organización. Sin embargo, este proceso no está exento de contradicciones y Pasolini, en su vida personal, tuvo que soportarlas todas y cada una de ellas, hasta el punto de tener que pagar con su vida al final.

Como dijo Gramsci: “en el proceso se repiten continuamente momentos en que entre la masa y los intelectuales se produce un distanciamiento, una pérdida de contacto.”[4]. El caso de Pasolini es, por antonomasia, el mayor ejemplo si tenemos en cuenta su origen burgués que le hacía ser considerado como un traidor para su clase y como alguien ajeno y extraño para el proletariado y el subproletariado italiano. De esta ambigüedad para con unos y otros sacó un gran partido que empleó fustigando a ambos críticamente, en el sentido de denunciar la barbarie y los errores de unos y otros. La evolución del propio mundo del desarrollo (al que él opone cualitativamente el progreso) es responsable de las contradicciones mencionadas y Pasolini irá distanciándose de todos, irá quedándose progresivamente solo; teniendo en consecuencia que exasperar su discurso cada vez más para lograr ser escuchado, dado lo incómodo de sus análisis y la abrumadora impermeabilidad de la realidad frente a cualquier crítica. Sus últimos años son prueba de esta soledad que escogió “como un rey”, tal y como afirma en uno de sus versos[5]. Porque la ausencia de reciprocidad dialéctica en el diálogo intelectual-masas, la terrible imposibilidad de éste, vivida como una tragedia de proporciones telúricas, conduce a la crisis nihilista inevitable que, por ejemplo, se expresará en Saló o en su inacabada novela Petrolio. Efectivamente, esta crisis de la figura del intelectual en el mundo, vivida íntimamente para Pasolini es fundamental para comprender el argumento de la película y su estética, como se demostrará en el punto 2.

1.2. Crítica al Capitalismo de consumo. Mutación antropológica y culturización. La cultura agraria /campesina frente a la nueva cultura totalitaria.

 


“Ningún centralismo fascista ha conseguido lo que el centralismo de la civilización de consumo. El fascismo proponía un modelo, reaccionario y monumental, pero que quedaba como letra muerta. Las varias culturas individuales (campesinas, subproletarias, obreras) seguían imperturbablemente uniformizándose según sus antiguos modelos: la represión se limitaba a obtener su adhesión de palabra. Hoy, por el contrario, la adhesión a los modelos impuestos por el centro es total e incondicional. Se ha renegado de los modelos culturales reales. Se ha abjurado. Se puede, pues, afirmar que la “tolerancia” de la ideología hedonista impuesta por el nuevo poder es la peor de las represiones de la historia humana.”[6]

Difícilmente podríamos encontrar un párrafo de Pasolini que exprese mejor el análisis de la sociedad italiana, válida también para otras sociedades como la española, portuguesa etc. que estuvieron bajo dictaduras fascistas (en el sentido clásico) y en términos generales para el conjunto de lo que se ha llamado mundo globalizado: es decir, el capitalismo como sistema internacional en su fase imperialista avanzada y decadente, en la que el consumo es parte esencial de las relaciones de producción vigentes, no solo una consecuencia de éstas. Veamos más pormenorizadamente en qué consiste el esquema que hacía Pasolini: “Ha cambiado el modo de producción (cantidades enormes, bienes superfluos, función hedonista). Pero la producción no solo produce mercancías: produce al mismo tiempo relaciones sociales, humanidad.”[7]

En realidad, como consecuencia de la independencia mantenida respecto al PCI, Pasolini, como poeta e intelectual, fue capaz de llevar a cabo unos análisis muy avanzados del giro estructural que se produjo en la economía de los años 60-70 y de su traducción en  males superestructurales de un tipo completamente nuevo que la izquierda clásica, salvo contadas excepciones, tardó mucho en reconocer, o de los que ni siquiera fue consciente hasta que fue demasiado tarde, como se evidencia con el fin del ciclo de la Revolución de Octubre a finales del siglo XX. Efectivamente, según Marx, el partido revolucionario debería ser capaz de realizar un análisis radical de la realidad y, por su parte, el PCI no cumplió, sino que asumía más o menos acríticamente la ideología del desarrollo, confundiéndola de manera burda con el progreso.

Por su parte, la derecha de los años 60-70 también ignoraba, o hacía como que ignoraba esos cambios paulatinos que condujeron a una revolución económica encubierta y a un nuevo modo de producción. Además, los valores humanistas o de raíz cristiana que Pasolini defiende en cierta manera quedan traicionados por una Iglesia hipócrita incapaz de darse cuenta del ataque que supone la ideología -paradójicamente sin ideología- del consumo y el hedonismo, rindiéndose sin luchar, completamente agotada. Muy poco tiempo faltaba para que la teoría neoliberal cobrara fuerza en Norteamérica y en Europa entre los sectores de derecha que representaban a la nueva y actualizada burguesía que por fin estaba dispuesta, conscientemente, a erigir un mundo a su imagen y semejanza, prescindiendo de los viejos aderezos tradicionalistas, rancios, de la vieja sociedad. Incluso rompiendo con los valores ilustrados que la condujeron como clase al poder político, por ejemplo desembarazándose de las repetidas hasta la saciedad: igualdad, solidaridad y fraternidad del liberalismo revolucionario del s. XIX.

Esto es lo que Pasolini denominará mutación antropológica: no se trata solo de un cambio superestructural casual dentro del modo de producción: se trata de que el propio hombre se ha transformado de una manera tal que Pasolini no reconoce ya al ser humano[8] que vivió y existió anteriormente. La humanidad se ha convertido en un producto más del postcapitalismo: “El nuevo <<modo de producción>> ha producido pues una nueva Humanidad, o sea, una <<nueva cultura>>; ha modificado antropológicamente al hombre (en especial al italiano). Esta <<nueva cultura>>ha destruido cínicamente (genocidio) las culturas precedentes: desde la cultura burguesa tradicional a las diversas culturas populares, particularistas y pluralistas. Los modelos y los valores destruidos se han visto sustituidos por los modelos y valores propios de esa <<nueva cultura>> (aún no definidos ni nombrados), que son los de una nueva especie de burguesía.[9]. El nuevo hombre es una criatura muy distinta al hombre antiguo ya que toda su vida material se ha convertido en su ideología y viceversa; sin embargo la miseria es mayor que nunca y la falta de libertad, es decir, de modelos culturales propios, es el destino de la clase obrera y subproletaria. La incapacidad de las clases oprimidas y sobre todo de sus jóvenes, que nunca conocieron el anterior mundo antropológico, para realizar existencialmente los nuevos valores y comportamientos totalitarios (solo accesibles a los jóvenes burgueses), produce en ellos desgracia, insatisfacción, tristeza, afasia, neurosis etc. Hasta el punto de convertirlos en sombras de lo que fueron en las viejas sociedades, incluso a pesar de la carestía económica de entonces.

Un buen ejemplo de esto lo podemos encontrar en Accatone (1961) y en Mamma Roma (1962), primeras películas de Pasolini, en las que representa el cambio cultural mencionado y las consecuencias negativas de éste. Las tres películas del Ciclo de la Vida, del que hablaremos más adelante, son, por su parte, una idealización pasoliniana del mundo agrario arcaico en el que se centra sobre todo en mostrar los rostros, el aspecto físico, la actitud vital, alegre e incluso pícara de esa juventud perdida: de un mundo que Pasolini aún confiaba en recuperar: “Quizás los hombres tendrán que volver a experimentar su pasado después de haberlo superado artificialmente y olvidado en una especie de fiebre, de frenética inconsciencia. Claro que la recuperación de dicho pasado durante mucho tiempo será un aborto, una desgraciada mezcla de las nuevas comodidades y de las antiguas miserias. Pero que sea bienvenida a este mundo incluso confuso y caótico, esta <<bajada>>. Cualquier cosa será mejor que el tipo de vida que estaba alcanzando vertiginosamente la sociedad.[10]

Las características de este nuevo mundo consumista son muy diferentes a las anteriores y, además difíciles de detectar, pues si Marx desveló el funcionamiento real de la economía política de su época, quitando todo resto de ideología mistificadora o que llamara a engaño, para Pasolini  es doblemente ardua la tarea: no solo por la dificultad que encierra una incipiente sociedad compleja aparentemente desideologizada, sino también por el ostracismo obligado al que estaba sometido. Desde la perspectiva global resumida en las líneas precedentes, Pasolini sopesaba cambios muy concretos que interpretaba como síntomas de la enfermedad crónica: Por ejemplo, fue tremendamente crítico con la legalización del aborto al considerar que se trataba de una legalización encubierta de un genocidio (aunque aceptaba su práctica despenalizada, aunque sin despojarlo nunca su carácter delictivo contra la vida) perpetrado por un capitalismo voraz. Por otro lado, éste también predica una falsa tolerancia que, en el fondo, solo busca un modelo familiar consumista, no proletario, de hábitos irreflexivos, que requiera, por tanto, de anticonceptivos y del aborto para consumir “bienestar” también en lo sexual: un mercado que hasta entonces había permanecido inexplotado.

Tras la derrota del fascismo en la II Guerra Mundial el pueblo italiano, aparentemente, se encontró por fin en el mundo libre. El tema de la tolerancia es crucial en Pasolini, quien piensa que ésta se ha perdido en las clases oprimidas de la sociedad de consumo, siendo sustituida por una promiscuidad pequeñoburguesa obligadamente heterosexual, disfrazada de “libertad sexual” de signo progresista; y, aunque oficialmente se pregone por doquier la ideología del respeto, se ha llegado al punto de que “El ser distinto no ha sido nunca una culpa tan horrorosa como en este periodo de tolerancia. No es que se haya conquistado la igualdad, se trata de una falsa igualdad recibida como regalo.”[11] Este cambio sexual, como se verá, fue magistralmente representado en Saló, donde, al contrario que en el Ciclo de la vida, se subraya el carácter alienante y perverso de la sexualidad contemporánea: “En una sociedad en la que todo está prohibido se puede hacer todo; en una sociedad en la que algo está permitido solo se puede hacer ese algo.[12].

Si bien todo esto es realmente pesimista desde un punto de vista intelectual, Pasolini, al igual que Gramsci, confiaba en el optimismo de la voluntad y en la lucha y denuncia constantes desde una perspectiva antifascista (como se verá en el siguiente punto), lo que por otra parte no evitó que al final de su vida predominara ese aspecto pesimista, sugiriendo incluso que ya no hay remedio, intuición que se materializó en Saló, el último ejercicio de pedagogía inversa, dedicada “a la sombra desdeñosa de Sade”, otro revolucionario escaldado y, en cierta manera, desesperanzado.

1.3. El verdadero fascismo y, consecuentemente, el verdadero antifascismo. Del fascismo clásico, al fascismo posmoderno.

 


Ya he dejado establecido cómo Pasolini analiza el nuevo capitalismo, sus bases estructurales y las consecuencias culturales y antropológicas derivadas. Ahora intentaré esclarecer la concepción del fascismo que habitualmente maneja y que, como también se ha visto en la cita con la que se abordaba el punto anterior, es sinónimo de la sociedad de consumo. Si el fascismo clásico tiene como característica principal la “prepotencia del poder”, es decir surgir como una estrategia política de las clases dominantes para mantenerse en tiempos de crisis a través de la fuerza, la extrema violencia y el ideal interclasista de la nación, parece asimismo evidente que la nueva época mantiene estos mismos rasgos, aunque con algunas particularidades. Precisamente debido a estas novedades cabe hablar, según él, de un nuevo fascismo y también de una nueva manera de oponerse a él; que evidentemente debería superar la respuesta que habitualmente se ha dado desde la izquierda, es decir fundar un nuevo antifascismo; algo que desgraciadamente no ocurrió. El fenómeno no es el mismo, pero al parecer las categorías intelectuales para referirse a ello se salvaguardan, lo que conlleva un gran riesgo de inoperatividad, conformismo y de gatopardismo lampedusiano entre los propios antifascistas. Este déficit es el que intentará solventar el italiano: se ha puesto de manifiesto que: “no basta con ser antifascista, sobre todo después del fascismo”.

Se puede considerar que en Pasolini hay tres maneras de entender este fenómeno: el primero es el fascismo clásico de tiempos de Mussolini que coincide temporalmente con su juventud y con la cultura de la Resistencia partisana que él asumió ideológicamente. El poder, entonces, consistía en la anulación no dialéctica de la lucha de clases a través de la imposición de una pseudocultura totalitaria de la nación a través de las emociones y la teatralización de la política de masas en torno a la figura catalizadora del Duce quien transmutaba las clases antagónicas en capas medias, es decir, en un homogéneo Pueblo Italiano.

Evidentemente esta unidad no era más que una ilusión, un teatro de la emoción ineficaz por sí mismo e incapaz de obtener la adhesión total; carencia que se solventaba a través de la violencia y la represión, igualmente estetizadas, pero que, éstas sí, no dejaban de ser objetivamente reales. Una vez liquidado el estado corporativo tras la gran guerra, el poder se viste con ropajes democráticos pero su carácter opresor se mantiene incólume con mayor sutilidad; es decir los sucesivos gobiernos de la Democracia Cristiana suponen una continuidad, pues representan los intereses de las mismas clases opresoras, que se aseguran de que el PCI jamás pueda acceder al poder. La ideología dominante, por su parte, vuelve a los esquemas conservadores dictados por la Iglesia Católica. Es justo antes de esta etapa cuando los “nuevos” administradores del orden asumen también un antifascismo ad hoc, haciendo inviable la ya mencionada cultura de la Resistencia, traicionada por su ala liberal-conservadora.

Esto evidencia la fácil mutación cultural del fascismo; el surgimiento de una segunda variante. No obstante, en ambas etapas, el poder sigue siendo incapaz de cambiar al Hombre, de acabar con la resistencia efectiva; en realidad se ha limitado a insistir machaconamente en su aparente desaparición, aun cuando antropológicamente las clases sociales seguían manteniendo su propia cultura, conservando su identidad y por tanto, la libertad de oponerse, de luchar. El siguiente poema, escrito por Pasolini en los 70, refleja muy bien esto:

“La voz de Dante resonaba en aulas desesperadas

Pobres hombres tenían el encargo de enseñar

cómo ser héroes, en los gimnasios;

nadie se lo creía

Luego las plazas se llenaban de estos incrédulos

bastaban dos palos, una tarima

con una mala tela pintada de rojo

de blanco y de verde; y de negro; bastaban

unos pocos símbolos harapientos, águilas y fascios de madera o estaño;

jamás un espectáculo fue más económico

que un desfile en aquellos tiempos

Los viejos y los jóvenes de común acuerdo

deseaban grandiosidad y grandeza;

miles de muchachos desfilaban

algunos de ellos “elegidos”, otros simple tropa;

como en un éxtasis perdido entre los siglos

eran mañanas de mayo o de pleno verano

y el mundo rural alrededor

Italia era como una pobre isla en medio de naciones

donde la agricultura estaba en declive,

y el escaso grano era un océano inmenso

donde cantaban tordos, alondras, las atónitas aves del sol

Las concentraciones se dispersaban en los palcos caía la brisa

y todo era verdad,

las banderas continuaban ondeando

a un viento que no las reconocía.”[13]

Sin embargo la cosa no se quedó así y el fascismo, a finales de los 60 y a comienzos de los 70, mutó una tercera vez, convirtiéndose poco a poco en lo que hoy se denomina fascismo posmoderno. En 1974 Pasolini lo advertirá en distintos artículos periodísticos y poemas. Ya no sirve la megalomanía, los grandes efectos del romanticismo de acero y los discursos ante el Pueblo de la figura carismática del Duce, al que se podría acallar simplemente cambiando de canal en la televisión. Es la época de la revolución económica encubierta de la burguesía, del genocidio cultural, el consumo democrático y de la homologación -esta vez sí- total de los italianos “que realiza casi milagrosamente el sueño interclasista del viejo Poder[14]. Un Poder con mayúscula, carente de representantes evidentes, al que Pasolini no puede identificar con nombre y apellidos por la dificultad de aprehensión de la realidad; un Poder que se vale de la televisión y la educación como instrumentos de ideologización, que progresivamente abjura de la tradicional superestructura reaccionaria (Iglesia, fascismo arqueológico etc.).

El consumismo, además de una necesidad de la economía ciega sirve para normalizar y aburguesar al proletariado, al campesinado y al subproletariado urbano cambiando su comportamiento existencial, su forma de hablar y comportarse…En definitiva,  se acaba con los distintos lenguajes semióticos que componían la realidad y Pasolini observa ahora un paisaje en ruinas, irreconocible en la experiencia cotidiana. Por ejemplo en su relación con los jóvenes (ya sean antifascistas o bien neofascistas, igualados por los hábitos existenciales y culturales pequeñoburgueses[15]) se constata un fin de ciclo, un cierre de horizonte histórico, no dialéctico con la modernidad.: “De modo que este nuevo Poder aún no representado por nadie y debido a un cambio de la clase dominante, es en realidad -si queremos conservar la vieja terminología- una forma total de fascismo.”[16].

En consecuencia, el nuevo antifascismo pasoliniano consiste en un radical anticapitalismo favorable a la vida plena y la libertad, opuesto tanto al conformismo inconsciente como al aceptado culpable y dolorosamente por el resto de los intelectuales que lo abandonan. La función del intelectual antifascista aislado se vuelve desesperada, incluso anulada frente a un poder que, efectivamente, pasa de él: “La muerte no consiste en no poder comunicar/sino en ser ya para siempre incomprendido”, dice en otro poema; pues su enemigo, como lo reformulará Eduardo Galeano más tarde, ha cambiado las preguntas cuando ya se tenían las respuestas. Lo que no se puede, no obstante, es ceder sin más; callarse. Pero, ¿qué hacer frente a quien te permite hablar y ser oído pero que impide al sujeto histórico de la revolución escuchar y comprender? 






[1] PASOLINI, Pier Paolo, Cartas luteranas, Madrid, 2010.

[2] Gran parte de este terrorismo supuestamente antifascista, como el atribuido a las Brigadas Rojas, tal y como el mismo Pasolini denuncia eran en realidad atentados de “falsa bandera” provenientes de grupos filofascistas y anticomunistas vinculados al Estado, los servicios secretos italianos y la CIA, en el contexto de  lo que más tarde recibió el nombre de Operación GLADIO; que pretendía desprestigiar a la izquierda italiana, entre otras cosas para evitar la creciente influencia del entonces gran Partido Comunista de Italia (PCI).

[3] PASOLINI, Pier Paolo, Escritos Corsarios, Barcelona, 1975. pp.97-98.

[4]GRAMSCI, Antonio, Introducción a la filosofía de la praxis,  Barcelona, 1986, p. 26.

[5] Concretamente en “Las hermosas banderas”, poema disponible en castellano en la siguiente web: http://www.materialdelectura.unam.mx/index.php?option=com_content&task=view&id=137&Itemid=31&limit=1&limitstart=8 [Consultado  el 12/5/2015].

[6] Op. Cit. PASOLINI, Pier Paolo, Escritos corsarios pp. 40-41.

[7] PASOLINI, Pier Paolo, Carta luterana a Ítalo Calvino, artículo recogido en la obra de ensayos, recopilación del corpus escrito pasoliniano: CÍRCULO DE BELLAS ARTES Palabra de Corsario, Madrid, 2005, p.262.

[8] Es evidente que Pasolini se atiene a la célebre sentencia marxiana  “el hombre es el conjunto de las relaciones sociales” y habla en consecuencia.

[9] Ibíd. p.262.

[10] Op. Cit. PASOLINI, Pier Paolo, Escritos corsarios p.178.

[11] Ibíd. p. 72.

[12] Ibíd. p.127.

[13] PASOLINI, Pier Paolo, L´Italia fascista (poema póstumo), recogido en Tutte le opere, Tutte le Poesie II, Mondadori, Milán, 2003.

[14] Op. Cit. PASOLINI, Pier Paolo, Escritos corsarios p. 59.

[15] No se les iguala, como otros hacen de manera falaz, políticamente, solo culturalmente: “No son los antifascistas y los fascistas extremistas los que se identifican. Por otra parte, los pocos miles de jóvenes extremistas fascistas son en realidad, fuerzas estatales.” Ibíd. p. 85.


[16] Ibíd. p.59.

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