Aquella
mañana la troupe de violentos itinerantes se puso en marcha temprano, cuando
apenas asomaba el sol en el horizonte arrasado. Las últimas ascuas de la
hoguera morían envenenadas por la fina llovizna que lloriqueaba desde lo alto una
nube celestial mientras el campamento hervía de actividad. Un pequeño grupito
de radicales inmundos caminaba a cuatro patas dirigiéndose hacia una hondonada
en la que manaba un pequeño arroyo que serviría para limpiar las zurraspas de
sus anos y para rellenar las cantimploras y la gran olla grasienta que
trasegaban siempre consigo para cocinar las distintas enjundias que iban
escamoteando por ahí. Otros se dedicaban a untarse el rostro con tizones fríos
a la vez que se proferían sonidos guturales entre ellos, expresando sin duda
los sentimientos de regocijo que aquella sociable actividad les producía. La sección
femenina del grupo, liberada del trabajo a causa del matriarcado dictatorial que
practican estos zíngaros descarriados, prefería molestar a los anteriores
toqueteando sus traseros y miembros viriles con el mayor de los descaros. Por
último, ya cerca de la desierta carretera comarcal en cuyo borde estaba situado
el campamento, un par de aquellos tunantes de botas de hierro, camisetas mugrientas
llenas de símbolos masónicos e ikurriñas proetarras iban cargando el equipo en
una camioneta desvencijada.
El vehículo estaba en unas
condiciones deplorables; parecía que había sido obtenido de algún desguace y
reparado de alguna manera por el mecánico de la banda (Sí, probablemente ese tipo
de allí que, ceñudo y preocupado cual metafísico por la trascendencia del Da-Sein,
se hurga la nariz a la par que arranca la carne de los huesos de las últimas
presas de anoche y deposita tan suculento manjar en bolsas de plástico del
Eroski) o si no por cualquier otro chiflado hippie. Efectivamente, la
estructura y composición del curioso transporte no dejarían de intrigar al
observador ibérico medio, poco acostumbrado a las ruedas de antiquísimo carro
revestidas con neumático desgastado; ni tampoco pasaría indiferente ante la
criselefantina carrocería de madera donde un cartel rezaba con elegantes letras
góticas: “Buhoneros Asociados. Compañía
de Acción Directa”, o ante el terrible hedor a tabaco de la cabina del
conductor, única parte original de
fábrica que se conservaba, y donde se entreveían unas pequeñas cabezas
reducidas colgando del retrovisor.
Cuando todos estuvieron listos montaron
en el carricoche y envueltos en una nube alquitranada y sulfurosa, no en vano
el combustible que utilizaban estas gentes era de producción casera, desaparecieron
a toda velocidad carretera adelante, seguramente en busca de su próximo
objetivo y dejando tras de sí inconmensurables cantidades de basura. ¡Cuántos
inocentes no verían al día siguiente aquel bello sol rojo que ya se imponía
sobre la noche! ¡Ah, no envidio a los miles de jóvenes asesinados y torturados,
a los adultos baleados con crueldad o a las ancianas sodomizadas y quemadas
vivas en contenedores de basura a las que permanecen unidas en postes de madera
dispuestos solícitamente para tal efecto! Seguramente, mañana, cuando a estas
mismas horas los gallos canten, una ciudad más arderá, tal y como hizo la mía.
Nadie resiste jamás a su truculenta devastación. Nadie sobrevive a los ataques
de estos cínicos. Bueno, yo sí lo hice, pero solo como consecuencia de un azar
increíble que me eximió de los asombrosos dolores a los que el resto de mis
conciudadanos estuvo sometido. Justamente me hallaba yo la tarde anterior junto
a la puerta de mi casa, confortablemente sentado en una silla de plástico de la
Coca-Cola, echando una gotica, cuando aparecieron. Me tomaron prisionero de
inmediato, me ataron los pies para que no huyera y me llevaron consigo para que
les fuera liando los canutos bajo pena de severo correctivo en caso de no
hacerlo o hacerlo mal. Por ejemplo: te daban una hostia curiosa si ponías un
filtro en vez de un cartoncillo, o si estaba demasiado cargado en un extremo y
lo olían cuando lo catabas (pues a pesar de la restringida libertad en la que
me encontraba, el derecho asentado en las firmes tradiciones se mantiene y, por
tanto, quién lía se lo enciende). Como desempeñé bien mi actividad me quedé con
ellos toda la noche y pude observar algunas de sus curiosas costumbres.
Comentaré algunas que me atañían en ese drástico momento. Al parecer, estos
itinerantes de vez en cuando toman prisioneros, pero según creí entender
(hablan una jerga tremendamente compleja) eran solo provisionales y finalmente siempre los asesinaban. No sé, a todo
esto, por qué a mí no me mataron, quizás se debiera a que llevaba puesta mi
famosa casaca de aviador de la República Socialista Checa, una que tiene en el
brazo una estrella roja y la inscripción: “VLU. Prešov” y les resultara
simpático en consecuencia; aparte de toda la enjundia buena que les di para
fumar.
La verdad es que hablar de todo
este asunto me resulta muy doloroso ya que la experiencia fue terrible, a pesar
de que yo era nuevo en la ciudad y que apenas me relacionaba con mis convecinos
por lo que no me dio tiempo a desarrollar un nexo de tipo sentimental hacia
nada ni nadie. No obstante, mi sólida filosofía y empatía universales me llevan
a condenar tamaños atentados contra la dignidad humana, pues el simple recuerdo
me sume en profunda indignación. Como consecuencia, enterado de que sus andanzas los han llevado
ya a distintas ciudades, entre ellas Burgos y Hamburgo que, por cierto, hoy ya se
encuentran completamente arrasadas, me he decidido a describir una simple
imagen de lo que ocurrió. Una instantánea, una simple escena como la que hemos
visto antes, puede mostrar clara y distintamente lo degradados que son estos
seres. Así pues, estas líneas tienen la pretensión de ser una denuncia tajante
y necesaria, que aún nadie se ha atrevido a hacer frente a la posibilidad, bastante
cierta por lo demás, de salvajes represalias. Espero que esto haga reaccionar
por fin a las gentes honradas de este país y ponga término a la violencia
despiadada de los vándalos descontrolados e itinerantes.
Mientras ellos estén libres,
yo, y sin duda otros tantos españoles de bien, no podremos dormir tranquilos.
…