jueves, 14 de noviembre de 2013

CREACIONARIO.




I. MUERTE DE UNA DIGNA MOSCA.

Tétrico y frio estaba el pinar y las últimas moscas del año morían ateridas sobre las insípidas hojas del romero. Tampoco escapaban al frío las mariposas encalladas en ciertas hondonadas hasta donde las perseguía el viento marrón que susurraba, asesino, con odio a las últimas gentes que quedaban. Poco a poco todos los insectos sentían como su sangre celeste se espesaba  y cómo el cálido letargo de la escarcha se apoderaba de ellos. En unos pocos días todos estarían muertos.
Y en medio de tanta devastación:
¡Oh, qué notable manera de morir la de aquella gorda mosca!
¡Ah, aquella matrona de élitros marchitos, qué lección de saber morir le estaba dando al mundo!
¡Eh, qué paciente reposa mientras lame sus patas recubiertas de cocaína!
¡Ih, qué sandez de interjección!
¡Uh, qué oblicuos eran aquellos y ancianos ojos multidimensionales en su agonía!
Acunada por la resinosa niebla de una pequeña fogata portátil dejaba escapar la nada que llevaba dentro y se preparaba para dejar un hermoso envoltorio lleno de polvo dorado para que el mundo cruel fuera testigo, de una vez por todas, de que nada, nada, nada, ni nadie es pobre cuando se tiende sobre una hoja de romero para dejarse morir.
Aun así, a pesar de su buena intención, esta buena mosca ignoraba, o fingía ignorar, que los mirlos, las urracas y los topos siempre andaban por allí al acecho. En aquel paraje las tumbas de animales domésticos convertían el cementerio de moscas a ojos de la gente en algo trivial.  Por ellos, por aquel otrora impensable acervo de sentimentalidad hacia lo animal, más de una rubita niña pasó de largo ante nuestra santa, brillante, hermosa, absoluta, sacra, necesaria y gigantesca mosca. ¡Por culpa de ello y por nada más!
Cadáveres de ratones, perros minúsculos, cobayas despellejadas y canarios diabéticos cantan en el pinar desnudos de carne durante las madrugadas del duro Invierno.

II. EN LA TASCA ACOGEN A EXTRAÑAS GENTES.

El viejo violador de siempre se sentaba cada mañana en el mismo taburete de la misma tasca de todos los días. Era un violador ya anciano, venerable y algunos decían que hasta pederasta.  Pero eso, según él, eran solo habladurías de los borrachos. No en vano, él, sin ser injusto, consideraba que el arte de domar Lolitas había sido, fuera de toda discusión, admirablemente teorizado por Nabokov, pero añadía que él lo había perfeccionado y llevado a límites inimaginables. ¡Desde luego que él no era un bastardo violador, y prueba de ello era que no estaba recluido en ninguna cárcel! Aseveración tautológica altamente probable, aun en contra de la realidad.
El viejo violador era, en contra de lo que pudiera esperarse, un hombre tranquilo, amante de las comodidades y del estudio autodidacta de la Antropología de los modos de producción antiguo y feudal, ignorando, como no podía ser de otra manera, el modo asiático por su mayor complejidad y monolitismo que lo horrorizaba y empujaba a la devastación más negra. Estas peculiares cualidades intelectuales le hacían parecer sórdido y poco afable, pero no era así. Pues bien, aquella mañana, bajo las silbantes hojas muertos, y entre la mortífera estela sonora de coches de autoescuela lejanos; dentro de aquel bar, el viejo violador sonrió a una muchacha. Su Lolita acababa de pasar delante de su espada aún envainada y lo había saludado…

III. TEOREMA DEL GUSTO.

No era la primera vez que alguien reclamaba para sí el indudable honor de haber sido el primer ser humano en descubrir y demostrar satisfactoriamente el Teorema del Gusto. Muchos lo intentaron de buena fe y sin embargo sus ciegas tentativas acababan derivando en el mayor de los descréditos. Tanto es así que, en absolutamente todos los casos, un violentísimo aliento preñado de gérmenes metafísicos terminaba con toda posibilidad de poder al fin, degustar excesivamente y sin limitaciones las criaturas disponibles para nosotros en el vergel vitivinícola del Mundo Extenso.
La razón de este asunto es desconocida por todos los sabios de los Reinos y las Comunas, pero aunque muchos lo consideraban como un mito utópico inalcanzable, el Hombre Nuevo, por fin, halló una respuesta.
Apareció una noche en la Facultad de Ovulación Cognitiva completamente embadurnado de cal y barro. Os narro en las líneas que vienen en qué deplorables circunstancias se ve reflejado a este hombre en el panel informativo de un museo alienígena de variedades terrícolas del siglo que viene:
El Gran Ser estaba tendido en el suelo, envuelto en una bata naranja de boxeador.  Su baba goteaba  sobre una prenda interior descolorida. Emocionado ante al descubrimiento el Gran Ser se alborozaba y se frotaba contra la exquisita tela. En otra sala de la exposición y en otro panel mucho más específico se le observa varios minutos después ingiriendo aquella misma ropa. Desde luego que estas imágenes son recreaciones históricas con un alto margen de probabilidad de error., circunstancia ésta que nos lleva a afirmar tajantemente que la prudencia a la hora de emitir juicios es un Valor fundamental pero de cambio.
¿Cómo es esto posible? ¿Quién es aquel hombre? ¿Por qué le llaman Ser Supremo? ¿Por qué toca un triángulo? ¿Por qué he mencionado un tal triángulo! ¿Cuántos brazos de pulpa de niño venezolano devorará Maduro antes de que conozcamos la solución a estos enigmas?
Aquel hombre no era Salvador Durán ni tampoco vivía en La Habana. ¡A aquel tipo le acababan de cambiar la pregunta de su respuesta! Y muy pocos han reaccionado.
El Teorema del Gusto, una vez más, se escapaba de entre los dedos como la arena.

IV. VANIDADES.

El  buen gitano de las naranjas que citaba a Sartre alabó las patatas asadas con un desparpajo envidiable y salió al rellano a fumar. Cogió algo de resina de la mesa y comentó lacónico que, al fin y al cabo, ni Cervantes ni Santa Teresa de Jesús, ni siquiera el propio Sartre, habían levantado cabeza jamás, ni dicho nada en contra de un curioso hábito que él tenía.
Ni siquiera el comunismo espontáneo que vagamente practicaba era una dificultad para ello vaya usted a saber a través de qué complejos silogismos. ¿Que qué cuál es este pequeño vicio? Os lo diré. Es importante tener zapatos. Muchos zapatos. Sin duda un montón de ellos. Cantidades ingentes, industriales; cajas y cajas de ellos. Una barbaridad de zapatos. ¿Por qué?
Vanidad de Vanidades.
Pero, decía nuestro gitano autodidacta, lo importante es saber ir descalzo de cabeza. ¿En el sentido material o espiritual le pregunté?
Vaya usted a saber, respondió.

V.  ZARRIA AZUL O, AÚN MEJOR, CONTRA ACADÉMICOS.

Una tarde de Otoño una  piedra fluvial, ya muy alejada del agua, fue extraída de su sitio por un paciente del psiquiátrico más cercano dejando tras de sí el nuevo lecho de un pequeño lago. Esto jamás les importó a los célebres geógrafos de la Academia porque para ellos lo efímero de su existencia no era digno de reparo. Sin embargo, me atrevo a afirmar, constituye una verdadera lástima y una incalculable pérdida de Conocimiento Verdadero.
Una pequeña hormiga, consciente de ello, curiosea en las orillas del lago. De pronto se sobresalta, pues una hormiga guerrillera, perteneciente a alguno de los muchos comandos maoístas que proliferan por doquier, yace inerte con el cuerpo parcialmente cubierto de agua a pocos pasos de ella.
¡Ciudadanos! Háganse cargo de esta perdida hormiguita. La guerra civil lleva eternizándose mucho tiempo y la Vieja Reina se niega a abandonar la Comuna. Es pues harto habitual en estos días que el pueblo, como Rimbaud,  halle de vez en vez, cuerpos mutilados de presos políticos y soldados entre la hierba. La Juventud del Mundo se cierne ya.
Pero esto jamás lo sabrán los geógrafos.

VI. UNA CANCIÓN PARA EL CARDO.

El Cardo era un tipo muy duro. Pinchaba, era recio y bastante callado. Poco amante de las tumultuosas fiestas que se organizaban a su alrededor era más dado a los juegos de mesa, los discos y la mantequilla. Un día, de pronto, se aficionó a Camarón y ahora viaja por algún lugar de Andalucía, destartalado, entre las cárcavas, buscando el cuerpo de una mujer que no aparece. Nadie sabe por qué, ni nunca se sabrá. Ahí está, desconcertado, pensando cómo ha acabado en ese brete. Al fin y al cabo, el Cardo siempre ha sido solitario y, como mucho, se recoge junto al pino para sobrevivir a la Helada. Ésta es una historia inventada, porque evidentemente el Cardo es una planta seca. Proclive de cualquier terreno , para que lo sepan.

VII. ALEX.

           Mientras era objeto de una tremenda penetración anal, Alex, hermafrodita de veinticuatro años, pensaba en lo liviano de los placeres. Todos los días lirios de tinta se escribían en los diarios de los amantes de Alex. En ninguno de ellos se decía nada de lo que pensaba el hermafrodita, pues celosamente guardaba para sí sus intimidades más acuciantes.
El hermafrodita no se sentía discriminado: antes, equívocamente, le decían Adelaida; ahora, ambiguamente, era solo Alex. Todo estaba bien entonces; solo le queda de momento abolir el heterofaloxenopatriarcado. Tarea apenas ardua, por cierto.
Después de la eyaculación de sus amantes, Alex solía ir a la salita y se ponía a regar sus peces. Qué frágil era Alex entonces. Cuánta dedicación ponía en su empeño. Qué carantoñas hacía a las corolas de las escamas y a las escamas de las corolas. Más de uno de aquellos raros peces, en época de sequía, se quedaba marchito y raquítico; y cuando esto pasaba, desde el desgarro brotaban lágrimas de tinto que se deslizaban por los tiernos muslos de Alex.

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